La cultura arriba y abajo (2)
III.- UN MERCADO PARA LA CULTURA DE ARRIBA.
La gran máquina de destrucción y muerte llamada “Capitalismo” es relativamente joven en la historia humana, pero en poco tiempo ha destruido lo que a la naturaleza le tomó millones de años crear.
El Capitalismo tiene un modo para destruir y matar. Este “modo” consiste en que todo lo convierte en mercancía. No sólo lo que se produce en fábricas y campos. También lo que la naturaleza ha creado sin intervención humana. El aire, el agua, los códigos genéticos de plantas y animales, todo es avasallado por la máquina trituradora del capitalismo y convertido en una mercancía.
La Cultura también. Ese vago y escurridizo concepto es envasado, encuadernado, enlatado, clasificado, y, con el código de barras respectivo, distribuido de acuerdo a los criterios del mercado, es decir, de la ganancia rápida.
Allá arriba, quienes han convertido la cultura en una mercancía más, la han codificado de acuerdo a sus intereses. Así, “arte” es lo que se produce en galerías exclusivas, en los estudios y talleres; y “artesanía” es lo que se produce en las calles y en los pueblos. “Cultas” son las elites del Poder, e “incultas” las masas de trabajadores del campo y la ciudad.
Por esa extraña alquimia del dinero, se suele asociar riqueza con cultura, pero hay más de uno (o una, según el caso o cosa) que es tan rico y poderoso como idiota. El “somos diferentes porque somos ricos”, lleva a los poderosos a adquirir museos enteros. Si alguno (o alguna, según el caso o cosa) piensa que es porque estos ricos quieren aprender más o salvaguardar material artístico y cultural, se equivoca. Ya tiene rato que la cultura en general, y el arte en particular, es una mercancía. Cara, por cierto. Y poseer arte es poseer mercancías que suben de precio con el tiempo.
Como mercancía, la cultura es valorada según los criterios del mercado y siguiendo sus “modas”, es decir, sus campañas publicitarias.
Cierto que así se han hecho visibles algunas manifestaciones culturales. Pero también es cierto que es mucho más lo que ha quedado fuera por el “delito” no entrar en la lógica capitalista.
Uno de los ejemplos más palpables está en los Pueblos Indios. Todo lo que se les pueda arrebatar y llevar al mercado capitalista tiene valor. Lo que no, es decir, su pensamiento, su historia, su memoria, su existencia propia, no vale nada y, por tanto, debe ser destruido.
Acá, bajo estos cielos, está la Isla del Tiburón, territorio seri o Comcá ac. Donde los Comcá ac ven su corazón, su historia, su memoria, su vida y la de sus ancestros, el capitalista ve un terreno donde construir hoteles exclusivos.
Y los gobiernos, que deberían existir y trabajar para bien de los pueblos, quieren destruir a los Seris, a la Nación Comcá ac. Como no pueden arrebatarles la Isla del Tiburón, entonces pretenden quitarle sus guardianes a la Isla del Tiburón. Es decir, pretenden exterminar al pueblo Seri y, con él, a una de las culturas que son raíces no sólo de Sonora, también de México y de todo el Continente.
Por decencia, por honestidad, por humanidad, no podemos dejar solos a los Comcá ac.
IV.- UN PUENTE FEMENINO EN LA CULTURA DE ABAJO.
En la tierra del Tohono O´odham, por el lado de Sonoyta, en Sonora, Doña Rosario, la más mayor de las autoridades tradicionales, mira hacia abajo sabiendo que es ahí, en la tierra, donde el cielo escribe sus memorias.
Doña Rosario le habla y trasmite a Ofelia, su nieta y gobernadora O´odham, el dolor que le habla la tierra:
“Me envenenan”, dice la tierra, la madre, “matarme quieren ellos, los que arriba son porque la muerte siembran y cosechan riqueza”.
Ofelia levanta la mirada y el corazón hacia la montaña sagrada del O´odham. De un lado la hieren el verde grisáceo de la Border Patrol, la Migra asesina y déspota. De otro lado, el asqueroso gris de los gobiernos mexicanos que consienten que el territorio del creador de los colores, el Tohono O´odham, sea convertido en el basurero de los tóxicos que el gringo desecha.
“La tierra peligra y nos llama”, piensa Ofelia, “los mayores, los ancianos, los equilibradores de las fuerzas del mundo, se van más allá, y nuestras lengua y cultura se mueren con nuestra tierra”.
“Hay que resistir, hay que hacernos fuertes”, murmura Doña Rosario recargándose sobre el hombro de Ofelia.
Y, como respondiendo la pregunta que Ofelia no hace pero siente, agrega: “hay que hacernos fuertes con quienes son como nuestro corazón, aunque otros”.
Lejos de aquí, otra mujer, Doña Helena, con su luminosa fortaleza, mira al sol que en abril se hace tierna tibieza.
Tiene otro color en la piel y otra lengua habla en sus labios, pero, con su modo y con su tiempo, Doña Helena dice lo que dice Doña Rosario: “hay que resistir, hay que hacernos fuertes”. Y, recargándose en el hombro del sol, se hace grande para asomarse al abril que nos desvela. Y sonríe Doña Helena cuando agrega: “hay que hacernos fuertes con quienes son como nuestro corazón, aunque otros”.
Un mismo dolor y una misma fortaleza unen a estas dos mujeres. Tan distantes y distintas, y, sin embargo, tan cercanas y semejantes.
Como ellas, en esta larga cicatriz que se llama México y que ahora vuelve a sangrar, hay cientos, miles, millones, que levantan sus dolores y tragedias personales, y con ellas sus rebeldías.
“Quien se rebela a la muerte, a nada teme, porque nada pierde”, dice la Doña Juanita, una sabedora de las montañas del sureste mexicano, y tiende un abrazo como puente que alcanza a Doña Ofelia y a Doña Helena.
V.- ALGUNAS EXPLICACIONES EN LA CULTURA DE ABAJO.
Los KILIWAS: las primeras palabras.
Cuenta una leyenda Kiliwa, que las personas, animales y cosas que están en el mundo fueron hechas de sombras. Que, en el primer principio, cuando nada había todavía, el Creador proyectaba sombras con su cuerpo y sus manos, y entonces la sombra empezaba a existir, pero ya no como sombra. Y cuentan que en esos tiempos más primeros, se hablaban personas y animales, y las cosas, y todo el universo tenía el don de la palabra, porque todo venía de las sombras.
“Cuando no había nada, cuando todo aquí era oscuridad, no existían las plantas, no se veían las estrellas. Los animales no estaban, en el cielo los rayos no tronaban, el sol no calentaba, no había luna que marcara el paso del tiempo y de la vida”. Llegó entonces el creador, el no nacido, el no sabido, el principio: Coyote-Gente-Luna. En la oscuridad, aulló y dijo. “Yo soy Meltí ?ipá jalá (u), yo soy el padre, yo soy el de la casa redonda y cóncava, y vengo de donde todo es cóncavo y amarillo”.
En la oscuridad, Coyote-Gente-Luna fue su propia luz y se soñó como padre del mundo y de sus objetos, y soñó a los primeros cuatro hijos que poblarían la luz que se derramaba por el mundo oscuro. Porque temía enfermarse de soledad, Coyote-Gente-Luna decidió que sería bueno hacer las cosas y la gente, y decidió ser padre. Con buches de agua cristalina, Coyote-Gente-Luna marcó los 4 puntos cardinales. Fumando tabaco en su pipa, fue creando las cosas del universo. Primero creó el humo. Se quedó dormido Coyote-Gente-Luna, y el humo de su pipa creó todos los caminos y senderos de la tierra.
Despertó luego y se puso contento de lo que se había hecho. Quiso cantar pero no tenía compañía. Se quitó el escroto de sus partes y se hizo una su sonaja. Y cantando y fumando hizo el cielo y lo creó cóncavo en recuerdo de su casa amarilla y para que las cosas no se salieran. Para que no se fueran el aire, el agua, el color, la luz, fue hecho el cielo. Como el agua y los colores llenaban todo, Coyote-Gente-Luna pensó de hacer las montañas. Cuatro veces salió humo de su pipa y cuatro montañas fueron creadas. Creó después 4 borregos cimarrones y los puso en las 4 montañas con el encargo de detener el cielo con sus cornamentas.
Para que el borrego cimarrón no estuviera solo, Coyote-Gente-Luna de arcilla creó al venado, al pez, a la codorniz y al gato. Pero los animales peleaban mucho entre sí y Coyote-Gente-Luna los regañó mucho por su falta de compañerismo, y se puso a hacer más animales. Todos los animales de la tierra fueron creados en los hornos de Coyote-Gente-Luna. De arcilla, de la madre tierra fueron hechos todos. A todos les dio orden de respetarse porque su trabajo era sostener al mundo en las 4 montañas, y les dijo de llevarse bien, pero todos peleaban mucho entre ellos. Se puso muy bravo Coyote-Gente-Luna y dijo: “Como los animales que hice no servirán para compañía de los Borregos Cimarrones, ni del venado, ni del Pez, ni de la Codorniz, ni del Gato, entonces haré al ko-mei, al hombre”.
Cuatro hombres hizo Coyote-Gente-Luna, para cuidar y acompañar las cuatro montañas que sostienen el cielo. Estos cuatro hombres primero son los padres de los Kiliwa. Pero los 4 hombres peleaban también. Los regañó Coyote-Gente-Luna y les preguntó por qué hacían así y no le contestaron. Se puso triste Coyote-Gente-Luna porque no le respondían los hombres, y el topo le dijo que porque eran mudos. Entonces Coyote-Gente-Luna se dio cuenta de que no les había enseñado a hablar a los hombres.
Fue entonces a cada montaña y les enseñó a los hombres a hablar la lengua kiliwa.
En kiliwa fueron las primeras palabras y enseñanzas que nacieron en el mundo.
El Kiliwa es un pueblo indígena que tiene su territorio en Baja California. Está amenazado de extinción total y está tratando de organizarse para resistir y sobrevivir. Sólo quedan 4 familias en el mundo que hablan la lengua que, según la leyenda, fue la primera en el mundo.
Según nosotros, nosotras, las zapatistas, los zapatistas, es un deber de toda persona honesta el ayudar y apoyar a los Kiliwa en su lucha por existir.
Los Yaqui: las primeras fiestas.
Cuenta el más sabedor de los Yaquis que, hace mucho tiempo, México no era México, sino que se llamaba “Suré” porque lo habitaban los “surem”, los hijos de la madre-padre creador, Yomumuli, la hacedora de todos los pueblos indios en estas tierras.
Y cuenta también que en la tierra del Yaqui había una vara delgada gigantesca, que era muy recta, muy derechita ella, y llegaba hasta el cielo. Y esta vara hablaba, pero nadie entendía lo que decía. Sólo Yomumuli comprendía el lenguaje de la vara yaqui. Entonces, Yomumuli se convirtió en la traductor y les fue diciendo a sus hijos lo que la vara hablaba. Fue así como los hombres y mujeres aprendieron cómo vivir. Y también los animales, porque en aquel tiempo los animales tenían juicio, que sea entendimiento. Y fue así, de este entendimiento con los animales, que se pudieron hacer las músicas y las fiestas.
Y cuentan también que hace mucho tiempo, antes de que llegara el conquistador español a llenar de sangre y muerte estos suelos, la tierra del Yaqui estaba llena de encantos y prodigios. En ese entonces el Yaqui podía hablar con los animales, y las flores y los árboles tenían pensamiento y modos de gente. Los 8 pueblos de la tribu Yaqui hacían fiestas.
Las fiestas fueron hechas por Dios y el Diablo. Dios hizo todo para la fiesta, pero no tenían Pascola. El Diablo fue a ver por qué no empezaba la fiesta y le dijeron que porque no había Pascola. Entonces el Diablo ofreció a su hijo como Pascola, que era inválido pero le enseñaron a bailar. Y, como quien dice, lo reclutó el Dios, pero siempre el Pascola es malora y mucho bromea y no respeta.
Ésa fue la primera fiesta que hizo Dios y se la dio a los Yaquis, y son los únicos a quienes se las dio.