lunes, 2 de julio de 2007




Sobre la pobreza sexual (2)

Y así el puritanismo continua existiendo y no sólo como un vestigio de tiempos anteriores pasado de moda. Esto se manifiesta claramente en métodos obvios, tales como la presión aún vigente del matrimonio, (o por lo menos fundar una identidad como pareja) y tener una familia. Pero también se hace manifiesto de formas que la mayoría de las personas no perciben, porque nunca han considerado otras posibilidades. La adolescencia es la época en que los impulsos sexuales son más fuertes debido a los cambios que se producen en el cuerpo. En una sociedad sana, l@s adolescentes deberían tener la oportunidad de explorar sus deseos sin miedo o censura, deberían hacerlo de una forma abierta y aconsejad@s, si quieren, por l@s adult@s.

Mientras que los deseos intensivos de l@s adolescentes son claramente reconocidos (cuantas veces películas de humor o programas de la TV se basan en la intensidad de estos deseos y en la imposibilidad de explorarlos de una forma libre y abierta) en esta sociedad, no se crean métodos para que esos deseos puedan explorarse libremente, esta sociedad los censura, haciendo una llamada a la abstinencia, dejando a l@s adolescentes ignorando sus deseos, limitándolos a la masturbación o aceptando a menudo tener sexo rápido en situaciones de mucha presión y entornos nada confortables para evitar así que les pillen. Es difícil no extrañarse de que algún tipo de sexualidad sana se hubiese podido desarrollar bajo estas condiciones.

Porque el único tipo de “liberación” sexual de utilidad para el Capital es aquella que permita preservar la pobreza sexual, y utilizará todo tipo de herramientas para el mantenimiento de la represión sexual bajo el engaño de una liberación ficticia. Desde que las viejas justificaciones religiosas para la represión sexual, han dejado de ser validas para amplias porciones de la población, un miedo físico por el sexo actúa ahora como catalizador en la creación de un nuevo medio para la represión. Este miedo es promovido principalmente por dos frentes. En primer lugar es el miedo del depredador sexual. Ataque sexual a jóvenes, el acecho sexual y la violación son hechos muy reales. Pero los medios exageran la realidad con explicaciones sensacionalistas y especulaciones. El manejo de estos asuntos por parte de las autoridades y los medios no tienen como objetivo encargarse de estos problemas, sino seguir promoviendo el miedo. En realidad, los casos de violencia no sexual contra mujeres y niños (y me refiero específicamente a aquellos actos de violencia basados en el hecho de que las víctimas sean niños o mujeres) son la mayoría de las veces mas frecuentes que los actos de violencia sexual. Pero el sexo tiene un fuerte valor social que le concede a los actos de violencia sexual una imagen mucha mas siniestra*. Y el miedo promovido por los medios en relación con dichos actos refuerza una actitud social generalizada, de que el sexo es peligroso y debe ser reprimido o por lo menos públicamente controlado.

En segundo lugar, está el miedo a las enfermedades de transmisión sexual y en particular al SIDA. De hecho, a principios de los 80 el miedo a las enfermedades de transmisión sexual dejo de ser en gran medida un método útil para mantener a la gente alejada del sexo. La mayoría de estas enfermedades podían tratarse con relativa facilidad, y la gente mas inteligente se dio cuenta de la inutilidad de utilizar preservativos en la prevención de la propagación de enfermedades como la gonorrea, sífilis y muchas otras enfermedades. En esos momentos se descubrió el SIDA. Habría mucho que decir sobre el SIDA, muchas preguntas tendrían que ser planteadas, una gran cantidad de negocios sospechosos (en el sentido más literal del termino) referentes a este fenómeno, pero respecto al tema que estamos tratando, de nuevo el miedo al contagio de enfermedades de transmisión sexual se emplea para promover la abstinencia sexual o por lo menos, que la sexualidad sea menos espontánea, menos desordenada, y generar así encuentros sexuales más estériles.

En medio de tal ambiente de deformación sexual, otro factor desarrolla lo que parece ser inevitable. Una tendencia creciente a aferrarnos desesperadamente a aquell@s con quienes hemos conectado, aunque sea una conexión empobrecida. El miedo a estar sol@, sin amor, nos conduce a unirnos a amantes a los que ya hace mucho que hemos dejado de amar. Incluso cuando el sexo continúa existiendo en la relación, probablemente sea mecánico y ritual, y no un momento absoluto de entrega al otr@.

Y por supuesto, están aquell@s que simplemente sienten que no pueden manejar completamente esta tristeza, este medio desamparado de relaciones artificiales y conducidas por el miedo, y por eso nunca lo intentarán. No es una falta de deseo, lo que impone su “abstinencia”, sino la desgana de venderse así mism@ y una desesperanza ante la posibilidad de encuentros sexuales reales. A menudo estos son individuos que, en el pasado, se situaron en la línea de búsqueda de encuentros eróticos apasionados, intensos y fueron rechazados como artículos de inferior cuantía. Se apostaron, l@s otr@s compraron y vendieron. Y han perdido la esperanza de mantener la apuesta.

En cualquier caso, vivimos en una sociedad que empobrece todo tipo de contacto, los sexuales también. La liberación sexual -en el sentido real, que es nuestra liberación para explorar la plenitud del abandono erótico carnal en el otr@ (u otr@s)- nunca podrá realizarse por completo dentro de esta sociedad, porque esta sociedad necesita del empobrecimiento, de los encuentros sexuales cosificados, tanto como necesita que todas las interacciones sean cosificadas, medidas, calculadas. Así que los encuentros sexuales libres, como cada encuentro libre, sólo pueden existir contra esta sociedad. Pero esto no es un motivo de desesperación (la desesperación después de todo, no es más que el otro lado de la esperanza) sino más bien debe conducirnos a una exploración subversiva. El reino del amor es muy amplio, y existen infinitos caminos a explorar. La tendencia entre los anarquistas (por lo menos en los EE UU) de reducir las cuestiones de la liberación sexual al mecanismo de dichas relaciones (monogamia, no-monogamia, poliamor, “promiscuidad”, etc) debe ir mas allá. En la expresión sexual libre tiene cabida todo esto y mucho más. De hecho, la riqueza sexual no tiene nada que ver con ambos mecanismos (tanto las relaciones como los orgasmos) o con la cantidad (el capitalismo ha probado hace ya mucho tiempo que sus chorradas cada vez más efectivas todavía apestan a basura). Más bien consiste en el reconocimiento de que la satisfacción sexual no es exclusivamente una cuestión de placer como tal, sino concretamente del placer que brota del encuentro real y el reconocimiento, la unión de los deseos y los cuerpos, y la armonía, el placer y el éxtasis que se obtiene de ello.

Así, queda claro que necesitamos perseguir unos encuentros sexuales como los que buscamos para el resto de nuestras relaciones, en total oposición a esta sociedad, no por ser un deber revolucionario, sino porque es la única manera posible de tener relaciones sexuales plenas, ricas y desinhibidas en las cuales el amor deje de ser una desesperada dependencia mutua y en su lugar se transforme en la exploración extensiva de lo desconocido.

WD.