Una sociedad basada en la concentración de poder y el intercambio económico empobrece cada área de la vida, incluso las más personales. Existe más o menos acuerdo cuando se habla de la liberación de la mujer, la liberación de l@s homosexuales e incluso la liberación sexual dentro del ámbito anarquista. Además es fácil encontrar análisis sobre la dominación masculina, sobre el patriarcado y el hetero-sexismo, pero la realidad del empobrecimiento sexual parece que ha sido ampliamente ignorada, lo concerniente a la expresión sexual se ha limitado a percepciones como monogamia, poligamia, poliamor y otros mecanismos similares de las relaciones amorosas. Según creo esta limitación es en sí misma, una reflexión de nuestro empobrecimiento sexual; nos limita a hablar de los mecanismos de las relaciones de manera que podamos evitar el cuestionarnos sobre la calidad de esas mismas relaciones.
Hay varios factores que influyen en el empobrecimiento sexual que experimentamos en esta sociedad. Si examinamos sus orígenes, las instituciones del matrimonio y la familia y la imposición de unas estructuras sociales patriarcales son importantes, y el papel que han jugado no puede ignorarse. Pero durante las últimas décadas, por lo menos aquí en el llamado Occidente, la fuerza de estas instituciones ha disminuido considerablemente. Sin embargo el empobrecimiento sexual no lo ha hecho. Quizá todo lo contrario. Se ha vuelto más intenso y lo sentimos de una forma más desesperada.
El mismo proceso que ha permitido el debilitamiento y la desintegración gradual de la familia es el que ahora sostiene el empobrecimiento sexual: el proceso de cosificación. La cosificación de la sexualidad es por supuesto tan antigua como la prostitución (y casi tan vieja como la civilización), pero en las últimas cinco décadas, la publicidad y los medios han cosificado la concepción de sexualidad. La publicidad nos ofrece un atractivo sexual que influye en las masas, vinculando la pasión espontánea con un desodorante, dentríficos, perfumes y coches. A través de las películas y la TV nos muestran imágenes sobre la facilidad con la cual un@ puede conseguir gente guapa dentro de su propia cama. Por supuesto, para ello hay que ser bellísim@ y atractiv@, y para conseguirlo nos sirven los desodorantes, perfumes, el gimnasio, las dietas y los productos para el cabello. Estamos adiestrad@s para desear imágenes de “belleza” de plástico que son inalcanzables porque en gran medida son ficticias. Esta creación de deseos artificiales e inalcanzables sirve perfectamente a las necesidades del Capital, ya que garantiza una continua sensación de insatisfacción que puede utilizarse para mantener a la gente comprando, en un intento desesperado de aliviar sus anhelos.
La cosificación de la sexualidad ha liderado un tipo de “liberación” dentro del esquema de las relaciones de mercado. No solamente porque sea muy frecuente ver relaciones sexuales entre personas solteras en la gran pantalla, sino porque cada vez más las relaciones de homosexualidad, bisexualidad e incluso alguna que otra rareza están logrando cierto nivel de aceptación entre la población. Por supuesto, de manera que sea útil a las necesidades del mercado. De hecho, estas prácticas son transformadas en identidades a las que uno se amolda de una forma más o menos estricta. De esta manera, se convierte en mucho más que la simple práctica de un determinado acto sexual. Así “estilos de vida” completos están asociados a ellos, implicando conformismo, predecibilidad, lugares específicos a los que ir, productos específicos que comprar. En este sentido, los gays, las lesbianas, los bisexuales, el cuero y las subculturas desarrollan sus funciones como objetivos de mercado al margen de la familia tradicional y del contexto generacional.
De hecho, la cosificación de la sexualidad permite que todas las formas de práctica sexual sean productos de venta. En el mercado sexual, todo el mundo trata de venderse así mismo al más alto postor mientras intenta comprar aquellos que le atraen al menor precio. Así, se crea el absurdo juego de jugar duro para conseguir o intentar presionar a otr@s para mantener relaciones sexuales. Y así se da, la posesividad que tan a menudo se desarrolla en las relaciones corrientes de “amor”. Después de todo en el régimen del mercado, ¿no es poseedor uno de lo que ha comprado?
En este contexto, el acto sexual tiende a tomarse en la misma medida; una forma cuantificable en consonancia con esta cosificación. Dentro de una sociedad capitalista no debería sorprender que la “liberación” de la franqueza sexual signifique predominantemente una discusión sobre el mecanismo del sexo. El juego del acto sexual se reduce no solamente al placer físico, sino más específicamente al orgasmo, y el discurso sexual se centra sobre los mecanismos más efectivos para lograr este orgasmo. No quiero ser malinterpretado. Un orgasmo eufórico es algo maravilloso. Pero centrar el encuentro sexual en lograr un orgasmo, no nos permite sentir el juego de perdernos en el otr@ aquí y ahora. Más que ser una inmersión del un@ en el otr@, el sexo centrado en alcanzar el orgasmo se convierte en una tarea que aspira a un objetivo futuro, la manipulación de ciertos organismos para lograr un fin. Tal y como yo lo veo, esto transforma el sexo en una actividad básicamente masturbatoria- dos personas usándose la una a la otra para lograr su fin deseado, intercambiando (desde el punto de vista estrictamente económico) placer sin dar nada de un@ mism@-. En dichas acciones deliberadas, no hay sitio para la espontaneidad, la pasión sin medida, o el abandono en manos del otr@.
Este es el contexto social de la sexualidad en nuestras vidas actuales. Dentro de este contexto hay muchos otros factores que refuerzan el empobrecimiento de la sexualidad. El Capitalismo necesita movimientos de liberación parcial de todos los tipos, tanto para la recuperación de la revuelta como para introducir la embrutecida ley del mercado en cada vez más aspectos de nuestra vida. Por ello el Capitalismo necesita del feminismo, de los movimientos de liberación raciales y nacionales, de la liberación de los gays y también por supuesto de la liberación sexual.
Pero el capitalismo no hace uso de forma inmediata de todos los viejos métodos de dominación y explotación, y no lo hace porque son sistemas lentos y complicados. Las luchas de liberación parciales, mantienen su función recuperadora precisamente para continuar ejerciendo la vieja opresión como contrapartida para prevenir, que aquell@s involucrad@s en luchas de liberación, puedan percibir la escasez de su “liberación” dentro del orden social actual. De tal manera si el puritanismo y la opresión sexual hubiesen sido realmente erradicados dentro del capitalismo, la escasez de los sexshop más feministas, conscientes y amigos de los gays sería obvia.
Continuara.
WD.