RETÓRICA antirracista que aún podría continuar con su particular complacencia: satisfecha moralmente con su “aportación” en el deseable proceso de aborto del racismo violento neofascista, y habiendo cumplido con su expediente populista, mucho nos tememos que hasta aquí llega su “responsabilidad social” y, sobre todo, que aquí agota su “imaginación” crítica –se dictaminan diagnósticos sin someterse a su propia radiografía. Ciertamente, no se acabará con el racismo neofascista mientras persista un racismo cotidiano que perpetúa una violencia latente (la misma violencia intrínseca), mientras se convierta la ciudad en una colección de guetos enfrentados entre sí y se niegue al individuo su libertad de elección para relacionarse con los otros según sus afinidades electivas, su atracción pasional, y no por su pertenencia al clan de turno.
NO bastará, a partir de ahora, culpar solamente al sistema capitalista y a la razón de Estado de ser los únicos y principales causantes de los cíclicos estallidos xenófobos. Será preciso admitir que otro Capitalismo, tanto o más atroz que el anterior, sea el que verdaderamente lo engendra. Hablamos de un capitalismo de espíritu con el cual se monopoliza todo el espectro afectivo humano, todas sus tendencias emocionales, pasionales, imaginativas, míticas, eróticas…, que comercia y especula con todo el territorio interior humano para provocar las grandes epidemias de ira nacionalista.
HA sido justamente aquí donde la crítica de izquierdas ha fracasado, al despreciar los mecanismos de liberación que presenta el pensamiento poético, burlándose de una revolución que implica una total reformulación de las estructuras mentales y una descongestión del anquilosamiento en que se encuentran, abriendo hacia un plano más fecundo los hábitos y las conductas. Es este pensamiento de izquierdas el que cree que el problema se solucionará con expedientes económico-administrativos, y que confunde el pensamiento real de ese pensamiento poético y de esa aspiración hacia lo maravilloso con su perversión encarnada en los mitos totalitarios, perversión que, a fin de cuentas, nace de esa represión, ignorancia o desprecio del pensamiento mítico que, como la energía, ni se crea ni se destruye, solamente se transforma; de nosotros depende el carácter positivo o negativo de esa transformación, de esa encarnación . Por ejemplo, hasta un representante de ese racionalismo santurrón, incapaz de encarar las raíces ocultas del racismo, el historiador Hugh Thomas, reflexiona ante la importancia de esos refranes, dichos, leyendas y creencias difamadoras que cada etnia tiene sobre las otras, fomentando un clima de recelo y animadversión. Refranes, leyendas…, arquetipos del inconsciente colectivo, mitos al fin y al cabo. ¿Y qué decir del instinto erótico que, una vez manipulado, se convierte en caballo de batalla del enfrentamiento entre las razas y no como un puente entre ellas –como secretamente aspira?
El tabú que sanciona la pureza racial y condena todo contacto con el otro imponiendo un sacrificio, la competencia y rivalidad sexual que, inconscientemente, se esconde a menudo en el rechazo a la presencia del extranjero, la sospecha permanente que envenena cualquier relación amorosa entre personas de diferentes comunidades son muestras de esa manipulación del instinto erótico al que nos referimos.
LA existencia de lo que hemos consentido en llamar “capitalismo de espíritu” (no lo olvidamos, tradicionalmente administrado de forma eficaz por las religiones) no impedirá en ningún caso, ni podría hacernos desistir de nuestra absoluta convicción en las posibilidades emancipatorias de un pensamiento poético en el que depositamos la más alta fórmula de generación de libertades, y cuya presencia nos conducirá hacia un plano de la conciencia que nos permitirá reconocer la existencia inefable de unos hábitos mentales de los que hoy carecemos.
EL anhelo de alcanzar estos hábitos cumple en sí mismo una función interrogante de primera urgencia a cuya formulación se vincula, en nuestra opinión, un paso absolutamente decisivo y un requisito capital para abordar el objetivo que hoy denunciamos. Verdaderamente, ¿dónde están las nuevas estructuras mentales a las que, si confiáramos en el desarrollo histórico del pensamiento en su relación con la presunta civilización del progreso, deberíamos haber accedido ya, y que, es obvio, todavía están ausentes? De lo que no nos cabe duda alguna es de que el racionalismo occidental ofrece pruebas insuficientes para responder a esta cuestión, mostrándose, además, incapaz –por su propia inercia, que lo lleva a intervenir sobre el aspecto inmediato del objeto– de estimular con profundidad las acciones y fórmulas precisas, no sólo para abordar, sino para eliminar del comportamiento mental humano su inclinación hacia el desastre racista. Por el contrario, estamos convencidos de que la poesía llevada hasta sus últimas consecuencias conserva una importancia tan excepcional en la explotación de esa liberación del espíritu que nos abra a la conquista de esas estructuras deseadas, como también lo hace para terminar con el detonante de la “suprema” estupidez.
ESTA afirmación confirma nuestra creencia de que es imperativo tomar conciencia de unos hábitos y comportamientos mentales nuevos cuya instalación en nosotros se vincula a nuestra solidaridad con los inmigrantes por instalar en nosotros el reconocimiento de que, a pesar nuestro, también lo desconocido se da en forma humana, y que la renuncia al temor de reconocerlo nos hará percibir la belleza que nos llega de lejos.
ESTA solidaridad con los inmigrantes exige también de nosotros constatar la existencia inefable de unos mecanismos mentales que, por ser distintos a los nuestros (occidentales), admiten la necesidad de conocerlos. Y no precisamente para juzgarlos, sino para celebrarlos en el ámbito de una aspiración común de emancipación .
EL pensamiento poético…, si ha existido o existe alguna fuerza que lo encarne, es el mito. Bien es cierto que en muchas ocasiones a lo largo de la Historia se han utilizado los resortes míticos para abrir la puerta a las ideas más regresivas y a las fuerzas más reaccionarias. El bastardo fascista se ha empleado exhaustivamente en esta tarea pervirtiendo el sentido esencial del mito hasta lograr hacer de él una fuente de superstición irracional aún enquistada en determinada capa social e intelectual. El racionalismo occidental (en el que nosotros sí encontramos una verdadera apropiación del pensamiento racional), asentado sobre su conservadurismo intelectual y autoritarismo conceptual, contribuye a su manera a ampliar ese objetivo, aplicando su voluntad de obturación a las otras vías de acceso al interrogante humano, y sin renunciar a ocultarlas a la memoria humana.
CIERTAMENTE, no seremos nosotros los que aportemos soluciones reduccionistas ni “claves de razón práctica” (sic) a la erradicación del fenómeno neofascista y su siniestra procesión. Muy al contrario, no cesaremos de preguntarnos sobre qué entidad podría invocarse que fuera capaz de oponer una barricada irreductible a su avance –más que hacer una introspección de su naturaleza que por apresurarse en avanzar soluciones que cumplen nuevamente una función de primeros auxilios. Si nosotros nos reclamamos del mito, es por percibir en él una inagotable capacidad para ilusionar la conciencia humana, iniciándola en la conquista de una empresa colectiva que ambiciona instalar en el presente todo futuro, recreándolo en una permanente erotización.
UNA vez el ser humano se abandone a aquella ilusión, se está en condiciones de afirmar que se proyecta en un tiempo que ya no es lineal, sino que se articula según las coordenadas de un deseo que, necesariamente, debería romper con el lastre histórico de explotadores y explotados, de victorias y derrotas que, en el caso mismo de las relaciones entre los diferentes pueblos, sigue hipotecando esa convivencia ideal, posible y necesaria, a pesar de todos los datos que actualmente están en contra.
EN este sentido, es decisiva la relación dialéctica entre el mito y nuestra reclamación de unas estructuras mentales nuevas: si la irrupción del pensamiento mítico determina una posibilidad de cambio de esas estructuras, a su vez ese cambio se muestra susceptible de satisfacer la realización del mito deseado. De esta manera se anticipa a una forma de abolir ese tiempo lineal que hoy nos paraliza.
NOS preguntamos, entonces, cuál podría ser ese mito susceptible de conseguir que las razas se reconozcan, y que convierta la hostilidad y la exclusión en atracción apasionada; y nos viene a la memoria, acompañado de su espléndido cortejo de prodigios y maravillas, el mito de la Ciudad de las Mil y Una Noches. Ciudad en la que cada barrio se convertirá en una de las noches irrenunciables de la historia de Scherezade. Ciudad oriental y laberíntica donde tan fácil resulta embriagarse y abandonarse a la estela esplendorosa de lo que nos espera.
SUSTITUYENDO el recelo, el miedo y la cólera por la curiosidad, la aventura y el deseo, los ciudadanos, los transeúntes, reconocerán en sí mismos la figura de una Scherezade que se pasea, desafiante, por las calles convertidas en las historias de sus noches.
EN verdad, nadie puede negarnos el sentimiento de lo fabuloso, nadie puede hurtarnos la perfecta ilusión de lo exótico (concediendo a este término todo su valor de aventura), que ya hoy se despliega por las calles y plazas de cualquier ciudad , y que late en la presencia de estas nuevas gentes .
HE aquí, pues, la ciudad como lugar geométrico conformado por multitud de confluencias, más hermosas cuanto más lejanas; he aquí la ciudad como compendio de imágenes inéditas, como tesoro/memoria de múltiples saberes y visiones del mundo; he aquí la ciudad como espacio modélico de convivencia en el que evitar para siempre la escisión, el aislamiento.
EN la Ciudad de las Mil y Una Noches no habrá barrios étnicos, separados; guetos hostiles que se preparan para la guerra; cada calle, cada acera, es, en sí misma, un espejo que refleja la variada confluencia de todas las razas y culturas. Celebrando sus culturas diversas, son los individuos los que se mezclan, los que generan, desde su voluntad soberana, el ritual de la diversidad y la convivencia racial: la celebración del mestizaje. Ciudad deseable que excitará entre las razas una relación, no ya justa, sino apasionada, requisito fundamental desde el que abordar el sentimiento de miedo (al/lo desconocido), y que supone un paso adelante titánico, en la medida en que levanta la más bella barricada a la tradición histórica, inmemorial, de odios y enfrentamientos. Queremos, por tanto, hablar al margen del pánico histórico, y más que en las coordenadas del tiempo, hablar sobre la dimensión espacial de una posible y necesaria reconstrucción del mundo habitable. Nosotros, que tuvimos que abandonar el territorio insuperable de la niñez, hemos tenido que sobrevivir en regiones donde aún somos extraños. Hablamos de una región cuyos límites no podemos imaginar sin vértigo. En la Ciudad de las Mil y Una Noches, ese mito que profetiza lo que ha de ser, los surrealistas depositamos nuestra más viva desesperanza de que las relaciones humanas se concedan, de nuevo, la aspiración de reavivarse en una nueva edad de oro.
ESA dimensión espacial, ese territorio fantástico, ese país vertiginoso que, desde ahora, al hacerlo nuestro, lo reclamamos.
GSM