Matar al "rey ábaco" es crear relaciones sin la medición. Si queremos destruir el capitalismo no podemos reproducir su lógica necrofílica que reduce todas las relaciones a números. Matar al "rey ábaco" es destruir la red social que privilegia transacciones e imagenes mediadas sobre relaciones directas. Porque el dinero es un equivalente general y así es casi ilimitado en sus aplicaciones, conquista otros sistemas de valor; el capitalismo se esta transformando cualquier otro sistema de valor en él mismo. Matar al rey ábaco es interrumpir este proceso de cuantificación. El dinero puede ser el sistema de valor mas extendido, pero el capitalismo no es el único sistema que mide el valor. La justicia, la moralidad, la ley y la cultura son todos sistemas de valor que pesan, juzgan y canalizan la acción humana. Queremos crear relaciones que desafíen tales ecuaciones. Nosotros por lo tanto no queremos modelos estandarizados dentro de nuestra lucha. En la ausencia de sistemas de valor el deseo se aventura en direcciones nuevas. La insurrección es el deseo en rebeldía contra el valor.
En antigua Inglaterra las partes del cuerpo del rey eran una base para las unidades de la medida. El pie del rey era un pie. El palmo del rey llegó a ser un palmo. Cuando el estado llegó a ser más estandarizado e impersonal la medida siguió; y así hoy estamos gobernados por un rey impersonal que está presente, sin pasiones, pero siempre calculando.
Los primeros relojes fueron construidos para que los rezos islámicos pudieran ser regulados, cinco veces al día, en intervalos regulares. En tiempos coloniales la misión fue usada simultáneamente para convertir gente indígena a la religión e imponer la jornada y semana de trabajo. Las campanas de la misión regularon tanto el rezo como el trabajo. El reloj era un instrumento indispensable para la estandarización de la jornada de trabajo. La racionalización del tiempo nos ha lanzado en una espiral de prisas siempre crecientes. Deseamos matar al rey que trata de forzarnos a rezar al dios del trabajo.
Matar al rey ábaco es crear una ruptura insurreccional con la organización existente del lenguaje, el tiempo y del espacio; a hablar nuestro propio idioma, tomar nuestro propio tiempo, crear un espacio para nosotros mismos. Si sólo podemos concebir ideas pensadas en el idioma del estado o del capital, no podemos destruir sus lógicas restrictivas. No puede haber ruptura con esta sociedad si apelamos a las autoridades que la perpetúan, en vez de actuar nosotros mismos. Para apelar a un sistema o a una autoridad debemos hablar su idioma; las relaciones que deseamos crear no pueden estar formuladas en el idioma de la autoridad. Si vivimos una serie de momentos medidos por el reloj que marca al ritmo de la productividad, vivimos momentos abstractamente repetidos.
Cuando el espacio público disminuye y se disciplina, estamos constreñidos a un espacio cuyo uso ha sido restringido a las demandas de la producción y del consumo. Mientras los teóricos sociales, el anarquista, el marxista y el burgués, han teorizado bien la dimensión del tiempo (historia), el espacio a menudo--en detrimento de la teoría-ha pasado a ocupar el asiento trasero. Esto es debido, en parte, a la influencia del Darwinismo y otras teorías de la evolución de los siglos 19 y 20. La teoría del espacio sólo ha entrado en el Marxismo con la teoría de Lenin del imperialismo y sólo en el nivel de la nación-estado. Los debates, desde aquella, se han concentrado en la liberación nacional y el colonialismo. Mientras, el espacio, ha comenzado a jugar, recientemente, un papel más grande en la teoría social, todavía cae a menudo en la trampa de la nacionalidad contra el globalismo. Esta teorización del espacio reifica y naturaliza la nación-estado. Necesitamos profundizar nuestra comprensión histórica del espacio y nuestra comprensión espacial del capitalismo, y también mirar la relación entre el espacio, el capitalismo y el estado en una escala distinta a la de la nación.
Simone de Beauvoir nos hizo notar la importancia del café para la rebelión. Era un espacio donde podíamos reunirnos directamente, donde podíamos platicar con amigos y conocer gente nueva. El capitalismo ha aprendido a transformarse un lugar de reunión en un espacio controlado donde nosotros sólo podemos consumir y marchar corriendo al trabajo con prisas mientras miramos nuestro reloj. Si no creamos un espacio para nosotros mismos no tendremos ningún lugar para unirnos, hablar ni emprender acción por y para nosotros mismos. Para hacer esto debemos ser capaces de imaginar lo que nos espera más allá de las racionalidades dominantes que perpetúan lo existente.
Quien se aventura a ensanchar las posibilidades de la vida, fuera de las opciones limitadas ofrecidas por el estado y el capital, se encuentra enfrentado con las estructuras de poder y sistemas del control que imponen una existencia medida. El trabajo, la ley, el gobierno, la escuela, la policía, el consumo…forman un laberinto de barreras para cualquiera que quiera ir más allá de estos límites, vivir a su propio ritmo y no al del reloj. Así que aquellos de nosotros que queremos proyectarnos hacia la calidad, hacia una plenitud de la vida sin medida estamos enfrentados a la necesidad de destruir este laberinto, de crear nuestra proyectualidad de vida de una manera insurreccional. Estamos por tanto en permanente enfrentamiento con esta sociedad.
Para destruir estos obstáculos a nuestra propia expansión necesitamos todas las herramientas que podemos obtener; necesitamos tanto las ideas como el fuego.