miércoles, 1 de agosto de 2007



Para una (in) definición de la inteligencia (1)

DEFINICIONES, NO.

Definir la inteligencia es definir a los inteligentes y por tanto a los idiotas. Pero no solo definir, sino encumbrar, felicitar y justificar, por un lado, y anular, compadecer y olvidar, por otro. Los psicólogos aficionados al orden, han ideado, sin reparos ni problemas de conciencia, clasificaciones que escalonan a los menos dotados en torpes, casi deficientes, deficientes, imbéciles e idiotas, según que sus coeficientes de inteligencia anden por los 90, 80, 70, SO, 20 o menos puntos. Desde luego no es nada aconsejable cosechar esos 20 puntos y saberse idiota oficial, aunque lo normal es que el idiota, por eso el secreto técnico, no reciba comunicación alguna advirtiéndole de su condición de tonto reconocido. Quizá llegue a notar que le hacen menos caso que antes, que toda la atención de maestros, jefes y sargentos, se concentra en los de siempre, en los listos.

Por lo tanto no se trata ahora de lapidar una nueva definición de inteligencia, de clasificar y compartimentar, de eliminar y seleccionar, puesto que para ello existen ya suficientes instrumentos. En todo caso, si se cae en la tentación de definir la inteligencia, será sobre todo para incordiar. Será para contrapesar tímidamente el concepto burgués que predomina y para insinuar que hay otras formas de ver la inteligencia, formas que nada tienen que ver con los tests, los coeficientes y las clasificaciones.
INTELIGENCIA: PROPIEDAD PRIVADA.

No se puede poner en duda que el tinglado haya sido bien montado. A todo el mundo parece importarle bastante la inteligencia propia, la de sus hijos y la de los candidatos al senado. Ser inteligente está bien considerado; ser "buena persona", "tener voluntad" son cualidades reconocidas, pero en realidad se supone que el bueno lo es porque no le toca otro remedio, porque es tonto; y el voluntarioso suple con voluntad lo que le falta de inteligencia.

Independientemente de las morales oficiales, la moral al uso es la de la inteligencia: el que vale, vale y el que no ... Con este interés general es lógico que los padres empiecen a espiar las inteligencias de sus hijos desde que nacen, siguiendo las magistrales lecciones de Piaget o las modestas apreciaciones del pediatra de "pago". Y la inteligencia empieza a cumplir así su papel desde el primer momento: es una cualidad personal e intransferible, un documento de identidad que garantiza el éxito o justifica el fracaso y todo ello dentro de los más puros y limpios límites del individualismo estricto. Esta propiedad privada, este capital es, como las demás propiedades, como los demás capitales, heredable. O por lo menos eso se pretende. De tal manera que, como los tests demuestran estadísticamente que las clases menesterosas son menos inteligentes y la inteligencia es heredada, las clases menesterosas seguirán siéndolo para siempre.

Para completar la puesta en escena, se supone que el éxito económico y social, el "ascenso" está en función de méritos propios entre los cuales la inteligencia es básica.

No hay como ser el autor del guión para que la película acabe como uno quiere.

CONTROVERSIA, EUGENESIA, Y UNA TRAMPA PARA DESPISTADOS.

Nadie se ha puesto de acuerdo sobre lo que se entiende por inteligencia pero, como dicen los expertos, "aunque no existe un acuerdo unánime sobre la definición de la Inteligencia, ello no ha impedido que se establezcan índices que midan su capacidad" y lo dicen sin pizca de ironía.

Está claro que si nada ha impedido medir algo que no conocemos, por algo será. Ocurre que la inteligencia es una cualidad elegante, individual, heredable, digna de una civilización avanzada como la nuestra. El clasificar al ciudadano en función de los enemigos que mata, de las horas que reza, de los soldados que tiene o las mujeres que mantiene, ya no es fino, no es liberal ni democrático. Pero la inteligencia es otra cosa.

Y como es importante, se discute de ella con pasión. En Estados Unidos los negros no están dispuestos a acepar el veredicto de los tests que los blancos han inventado, veredicto que anuncia sin ambages que, en promedio, los negros son algo así como 15 puntos mas idiotas que los blancos. Dado que la inteligencia es vital, no es de extrañar que se quiera linchar al profesor Shockley, premio Nóbel de física, que afirma que los negros son hereditaria mente poco avispados y que lo más prudente sería acabar discretamente con ellos antes de que su estupidez acabe con todos.

Pero para entrar en estas escaramuzas no es difícil haber aceptado previamente la "economía de la inteligencia", la "inteligencia negocio", dando por hecho que el bien común es la suma de los bienes individuales, que la inteligencia de la nación es, como en economía, la suma de las inteligencias de los ciudadanos; que la felicidad individual regulada por el mercado conduce a la felicidad global.

La consecuencia obligada en el campo de la inteligencia es ni más ni menos que la eugenesia. Pero este engendro con nombre de abuela que se quedó en el pueblo, podía hacer referencia, hasta no hace mucho, al color de los ojos (azules) y al color del pelo (rubio), a características de la "raza". Esto, en este momento, sería demasiado, al menos para confesarlo, aunque árabes importados sigan haciendo trabajos forzados por todas partes. Ahora es mucho más elegante hablar de la inteligencia, cualidad "eugenesizable" por excelencia. Evidentemente, si ser inteligente es ser eficaz, productivo, competitivo e importante. De ahí se implicará la mejora imparable, no ya de la nación, sino de la humanidad entera.

Se discute apasionadamente sobre si la inteligencia es heredada o no. Izquierdas y derechas forman bandos apretados y dispuestos a todo. La ideología los separa y la confusión los une.

Cuando nos preocupamos en luchar contra los generalmente muy reaccionarios defensores de la teoría hereditaria, olvidamos por lo menos dos hecho importantes: primero, que el hecho de ser la inteligencia heredada o adquirida, no debería importarnos mucho, puesto que en un medio socialista ninguna cualidad, heredada o adquirida habría de ser base para discriminación; y segundo, que estamos defendiendo que la inteligencia se adquiere fundamentalmente a través del medio cultural, que es maleable y por lo tanto desarrollable en norma igualitaria, sin darnos cuenta de que tratamos de una cualidad que se adapta como anillo al dedo al sistema competitivo-productivista en que vivimos y que en ese medio socialista lo mejor que podríamos hacer es olvidarla

.Lamentablemente, no pocos políticos de izquierdas y científicos progresistas defienden la teoría de la "adquisición cultural" de la inteligencia, como condición "sine qua non" para emprender el socialismo. Es decir, parecen aceptar el hecho de que si demostrara la certeza de la teoría hereditarista, si la inteligencia se repartiera al nacer, ya nada podría hacerse en favor de la justicia social, puesto que la injusticia vendría dada ya en la cuna. Terrible.

Dejemos el comentar con más datos esta burda trampa, para analizar brevemente las características de la inteligencia burguesa

LA INTELIGENCIA, CUALIDAD MEDIBLE.

La inteligencia burguesa es producto de la cuantificación y como tal está ya viciada de entrada. La cuantificación, la obsesión por los números y los ficheros, es una vieja manía del capitalismo, manía que tiene probablemente su origen en la necesidad de controlar el trabajo ajeno

Controlar las mentes ajenas, numerarias y pesarlas adjudicándolas un coeficiente es una prolongación perfectamente lógica y que desgraciadamente no se da ya únicamente en el capitalismo.

Para llevar a cabo esta importante tarea, la de legitimar las diferencias con una cualidad medible y menos grosera que la fuerza bruta, el psicólogo se vale de un instrumento valioso: el test de inteligencia. De este, se deduce un fatídico coeficiente que en EEUU (y próximamente en nuestras pantallas) acompaña al individuo hasta la muerte, y es un dato tan indiscutible como el color de los ojos o el grupo sanguíneo. El test de inteligencia se basa en una interminable serie de falsas suposiciones "científicas" que sería penoso describir aquí. Es, brevemente, un camelo de proporciones pasmosas.

Pero lo que interesa hacer notar es hasta que punto el mismo espíritu del test es perfectamente represivo e ideológicamente tendencioso. Para empezar, el test de inteligencia es por supuesto individual. A nadie se le ha ocurrido hacer un test a un grupo de personas, para ver si son capaces conjuntamente de resolver una situación nueva o de tomar decisiones en común. Esto sería una práctica absurda y peligrosa, un aprendizaje malévolo. El test es un lucha individual. Irónicamente, reciben el nombre de "colectivos" los test que se realizan como exámenes escritos en grupo, e individuales los que se llevan a cabo interrogando individualmente a cada individuo. El test "colectivo" es pues un clásico "examen", un simple ejercicio de campo de "concentración" .

En el test es importante la concentración. La concentración es un pilar del rendimiento, es silencio, incomunicación, aislamiento. De nada sirve que la respuesta la sepa el de al lado, o esté en un libro en la biblioteca. Hay que concentrarse solo y ser eficaz de uno en uno, infinitas veces. En este ejercicio individual el factor tiempo suele ser decisivo. y es que el "tiempo" es fundamental en la vida que llevamos. No se puede perder un minuto, pero se pierden todos. El distraído no trabaja, el distraído no consume. Sin un control estricto del tiempo no es posible la eficacia y por lo tanto en una prueba como el test que mide sobre todo esto, no puede dejar de valorarse la velocidad. Además de la velocidad es Importante la masificación. La gran sala atiborrada de sillas con apoyabrazos, perfectamente alineadas, los cuestionarios idénticos repartidos al unísono, la señal de partida dada con el silbato, el control de los examinadores que contestan a las preguntas de los testados con las respuestas codificadas y neutras que no dan ventaja, y por descontado, con el mismo calor que podría hacerlo un máquina de cigarrillos.

Por último, como dice un entusiasta de los tests, es preciso "que el individuo que se somete al test demuestre por completo su capacidad en lo que éste le exige, pero nada más". El dividir la vida en actividades estancas es un buena afición del poder. Hay que contestar si o no; ni soñar en contestar "quizás" o "no estoy seguro". Se debe ceñir uno estrechamente al tema. Nada de irse por las ramas, nada de imaginación, de florituras o aportaciones personales.

Cuando se está haciendo el test, se está haciendo un test y basta. Si un niño dijera a su encuestador que no quiere seguir porque el test es feo, el encuestador no se inmutaría. Sencillamente escribiría en su cartulina: idiota.
Por supuesto, si un adulto encabeza la hoja diciendo que no quiere rellenar las casillas, recibirá la misma respuesta que el niño y habrá alcanzado la misma edad mental: idiota.

Para clasificar, es imprescindible que todos los clasificados sigan un mismo criterio: el del clasificador.
No es difícil hacer el retrato robot del niño-inteligente-que-triunfa-en-el-test. Se trata de un niño bien educado, rápido, seguro de si mismo, concentrado y serio, poco imaginativo pero buen calculador, dócil pero desconfiado, esperando una trampa detrás de cada palabra y dispuesto a esforzarse para salir bien parado e las pruebas. Ni que decir tiene que debe ser de cultura occidental e hijo de buena familia. Indios, negros, marginados e hijos de obreros abstenerse.

Continuara.

AGE.