El sentido de la realidad (1)
Hay dos clases de intelectuales, de pensadores, de artistas, de seres humanos en general: el erizo y el zorro. Esta diferencia metafórica remite a un verso del poeta griego Arquíloco, que dice: La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante
Isaiah Berlin recurrió a esta distinción en su ensayo sobre el pensamiento de Tolstoi, inclinándose por una de sus posibles interpretaciones y advirtiéndonos que al igual que todas las clasificaciones de este tipo, si se llevan al extremo se pueden convertir en artificiales, dogmáticas y absurdas.
La oposición entre la zorra y el erizo supone que hay dos formas de abordar los problemas. El erizo relaciona todo con una única visión central, con un sistema coherente o integrado, con un solo principio organizador que da sentido a la realidad. La zorra, por el contrario, piensa que existen muchos fines distintos, a menudo inconexos y hasta contradictorios, y no es posible intentar encontrar una visión unitaria e invariable. Por ello, los zorros llevan vidas, realizan acciones y sostienen ideas centrífugas, a diferencia de los erizos que son centrípetos; captan la realidad sin un paradigma que ordene y de sentido al cúmulo de experiencias que se dan en la vida, pues perciben el mundo como una compleja diversidad en la que, aunque los hechos tengan un sentido y una coherencia, el todo es un tanto caótico, contradictorio e inaprensible.
Dante es un erizo y Shakespeare es una zorra. Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Ibsen, Proust son, en distinto grado, erizos. Herodoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmo, Molière, Goethe, Pushkin, Balzac y Joyce son zorras. No me cabe ninguna duda de que Berlin se encuentra entre las zorras.
Como no es la primera vez que el viejo profesor -de origen letón pero criado y educado en Gran Bretaña, donde fue profesor de Teoría social y política en Oxford y presidente de la Academia Británica- sale en estas páginas, no creo que necesite de mayores presentaciones. Si esta vez lo traigo a ellas es para comentar la publicación de varios ensayos suyos inéditos, compilados por su editor y albacea intelectual, Henry Hardy, el cual nos recuerda en su presentación del libro que el material hasta ahora recopilado y aún por publicar asciende a más de un millón de palabras, prácticamente lo mismo que Berlin publicara en vida.
Historia y política
El sentido de la realidad, primero de los nueve ensayos y título del libro, es una excelente reflexión en la cual Berlin aborda uno de sus temas más recurrentes, la naturaleza y el significado de la historia. El mismo título nos da una pista de las preocupaciones del autor, de su desconfianza hacia la simplificaciones, abstracciones artificiosas y reduccionismos de todo tipo a las que son tan propensos numerosos historiadores, políticos y los llamados hombres de acción en general.
La teorización histórica que realiza Berlin no se adapta a un único esquema, es más, cuestiona la idea misma de construir una teoría, una ciencia de la historia y de la política guiada por leyes o sistemática, que trate de encajar en un único esquema unificado la multiplicidad y variedad de elementos heterogéneos de los que se compone el proceso histórico. Berlin haciéndose eco de las consideraciones que Tolstoi realiza en el epílogo de Guerra y paz, apunta cómo todos los proyectos que conlleven el uso de abstracciones y esquemas del tipo de las que gustan realizar a los teóricos especulativos, están destinados al fracaso, ya que resultan totalmente inapropiados para comprender lo que Tolstoi definió como el continuum de infinitesimales de los que se compone la vida individual y social. Como dice en El juicio político, segundo de los ensayos y que viene a ser un complemento y desarrollo del anterior, lo que importa es entender una situación particular en su completa singularidad, los hombres, acontecimientos, y peligros particulares, las esperanzas y los miedos concretos que intervienen activamente en un determinado lugar en un momento dado: en París en 1791, en Petrogrado en 1917, en Budapest en 1956... en Euskalherria en 1999, podríamos apostillar.
En este magnífico ensayo -que en mi opinión, junto con el anterior, bien podría figurar en el programa de los universitarios que cursan la carrera de Ciencias Políticas y sociales- Berlin comienza preguntándose: ¿qué significa tener buen juicio en política?; ¿qué es ser políticamente sabio, o estar políticamente dotado, ser un genio político, o incluso no ser más que políticamente competente, saber cómo lograr que se hagan las cosas? ¿Hay que poseer un tipo de conocimiento particular?; ¿son conocimientos sobre una ciencia?; ¿puede enseñarse a los gobernantes algo llamado ciencia política?
Esta era la teoría de Hobbes, de Spinoza, de sus seguidores, una teoría que se desarrolló en los siglos XVIII y XIX al calor del enorme prestigio que adquirieron las ciencias de la naturaleza. Berlin responde que no hay una ciencia natural de la política, ni de la historia, en la misma medida que no hay una ciencia natural de la ética.
Lo que hace que los gobernantes, los políticos, ya sean perversos o virtuosos, tengan éxito, reside en que no piensan en términos generales, sino que captan la combinación única de características que constituyen esa situación particular: esa y no otra. Y esto no se enseña. Esta es una misteriosa cualidad que poseen muy pocos historiadores, políticos o escritores. Berlin señala que tal sabiduría natural, comprensión imaginativa, penetración, capacidad de percepción, como opuestas a las virtudes –admirables como son- del saber teórico, la erudición, las capacidades de razonamiento y generalización, el genio intelectual, han tendido a ser consideradas como algo precientífico e inaceptables teóricamente.
Los científicos, en cuanto que científicos, no necesitan ese talento. Si estos, en más de una ocasión, se comportan de una forma tan ingenua en política es en buena medida debido a que realizan una transposición mecánica de lo que funciona en las disciplinas formales y deductivas, o en los laboratorios, a la vida humana. El arte de la vida, de la política, tiene sus propias técnicas, sus propios criterios de éxito o fracaso. La botánica es una ciencia la jardinería no. Para Berlin esta es una capacidad para la síntesis antes que para el análisis, para lo cualitativo más que para lo cuantitativo, para lo específico más que para lo general; es una especie de conocimiento directo, distinto a una capacidad para la descripción, el cálculo o la inferencia, es un conocimiento en el sentido en que los padres conocen a sus hijos, o los directores a sus orquestas, distinto a aquello mediante lo cual los químicos conocen los contenidos de sus tubos de ensayo, o los matemáticos conocen las reglas que obedecen sus símbolos.
Estos dos ensayos, además de una gran sensibilidad intelectual y finura, reflejan bien la astucia del zorro que es Berlin. Así mismo, se destaca en ellos como uno de los pioneros en la crítica del cientifismo. Hay que tener en cuenta que fueron escritos a contracorriente, en el contexto político e intelectual europeo de los años 50, de fuerte ideologización y en donde reinaba el positivismo en las ciencias
Un segundo bloque de interés constituye la reflexión sobre las consecuencias de la aplicación del racionalismo político y el discurso ilustrado radical a la organización social. El libro contiene dos ensayos dedicados uno, a rastrear el nacimiento del socialismo y el comunismo en Europa desde el siglo XVIII (Mably, Babeuf, Saint-Simon, Fourier, Owen, Blanc, Blanqui, Proudhon, Bakunin, etc.) y otro, más centrado en la génesis del marxismo, en el por qué de su abrumador éxito frente a sus homólogos , así como de la gestación de la I Internacional obrera.
Continuara.
KB.