INSATISFACCIÓN. Es así cómo, bajo las actuales circunstancias de capitalismo global -cuya interconexión no es más que la nueva faz de eso que Theodor W. Adorno consideraba un mundo administrado, reglamentado, donde resulta muy difícil escapar al poder de lo idéntico-, el American way of life parece haberse enseñoreado de millones de mentes y, peligrosamente, ha terminado por erigirse en el único modelo a imitar. Tal modelo se apoya en creencias como que la maximización del beneficio corporativista empresarial es la llave de esa puerta abierta al mayor de los progresos, que nuestra contribución a ese proceso es lo mejor que podemos hacer para dar auténtico sentido a nuestra vida y que el consumo de masas es el medio más sensato para disfrutar de una felicidad a imagen y semejanza de esa que nos sonríe desde tantos escaparates de Hollywood.
Todo lo cual, curiosamente, aparte de lo mucho que hay en dicho modelo de vaciedad y alienación, contrasta, para mayor inquietud todavía, con la temible previsión de que si cada una de las personas que hoy habitan el mundo tuvieran un nivel de consumo semejante al de Estados Unidos -y pensemos en el impacto sobre las reservas de agua, los recursos energéticos, la capa de ozono, la calidad del aire, los bosques, el clima, la diversidad biológica y la salud humana-, serían necesarios tres planetas para poder satisfacer su demanda. Esta es, en sus consecuencias últimas y más aporéticas, la demostración de aquello que, hace ya bastante tiempo, declarara Ávida Dalí Dollars, “me gusta la sociedad de consumo porque consumirá a todos los consumidores”. Esto es, un ejemplo de esa paradoja consumista, según la cual, mientras que el consumismo, por un lado, aparenta en la superficie capacitarnos para disfrutar de todo tipo de oportunidades, experiencias y placeres de oro, por otro lado, más en el fondo, acaba revelándose como un estilo de vida que, ecológicamente, es imposible universalizar y que, culturalmente, representa un entramado decisivo en cuanto a constreñir la libertad personal y preservar el statu quo.
Y esto, tanto en la medida en que, como ya señalamos, se trata de un fenómeno que -por medio del marketing y la “ciencia del shopping”- predetermina los hábitos de los consumidores y manipula gran parte de sus opciones, como, asimismo, en otros dos sentidos más. El primero, porque, al confundir ser con tener, genera una infelicidad en el Primer Mundo que se refleja en todas esas estadísticas sobre criminalidad, alcoholismo, drogadicción, enfermedades mentales o insatisfacción laboral. Y, al respecto, el economista Tibor Scitovsky ha mostrado cómo, en ocasiones, el aumento de ingresos económicos lejos de ir acompañado de mayores fuentes de satisfacción, suele ocultar una reducción de las mismas, con la consecuencia de que no sólo “obtenemos y pagamos más comodidad que la necesaria para la buena vida”, sino que, de hecho, “algunas de nuestras comodidades eliminan algunos de los disfrutes de la vida”. Y en segundo lugar, porque semejante dinámica consumista, inexorablemente, acaba siempre por frustrar las expectativas de quienes, como los grupos sociales más desfavorecidos -a los que se ve como “consumidores deficientes”- y los países del Tercer Mundo -que conforman esa mayoría de personas que viven con menos de 2 dólares por día-, aún no tienen cubiertas sus necesidades básicas de comida, agua potable, sanidad, educación y seguridad física. Una ominosa injusticia que, sin duda, constatamos al saber que esas necesidades podrían ser satisfechas con tal que, por ejemplo, la gente gastara anualmente menos en cosmética, helados o comida para sus mascotas, por no hablar de que los Estados dejaran de invertir gran parte de nuestros impuestos en ejércitos, armamentos e investigación militar.
CONSUMO REPONSABLE. No sorprende, por todo esto, que para contrarrestar algo, sólo algo, esa tendencia mistificadora que ha convertido al consumo de lo estandarizado y lo efímero en una manera de vivir, la federación Setem, responsable de coordinar la campaña “Ropa limpia, limpiemos la ropa de injusticias” -enmarcada en la Clean Clothes Campaign-, editara, no hace mucho, una guía para el consumo responsable . Esa guía, además de señalar que debemos interesarnos por las consecuencias medioambientales y sociales de la fabricación de cualquier prenda, advertía también que, por la parte que nos toca y para no quedar obnubilados por tanta presuntuosa mediocridad, es esencial que desterremos de nuestras intenciones la de ir de compras como una actividad de ocio, motivados tan sólo por un impulso irreprimible de ilusa evasión. Pues todo ello se encuentra lejos, demasiado lejos de aquel derecho con el que Lafargue defendiera una sencilla y rebelde pereza, a sabiendas, como recordara por su parte Thoreau, que nada empobrece más que la riqueza, que no hace falta dinero para comprar lo que necesita el alma, que somos ricos según el número de cosas de las que podemos prescindir. En suma, es de eso de lo que día a día se trata.
JCA.