viernes, 4 de mayo de 2007



Niños Salvajes


EL INSONDABLE SENDERO LUMINOSO de la luna llena; medianoche a mediados de mayo en un estado que empieza por “I”, tan bidimensional que apenas puede decirse que posea geografía en absoluto - los rayos tan urgentes y tangibles que tienes que echar las persianas para pensar en palabras.
Sin duda escribir a los Niños Salvajes. Piensan en imágenes; la prosa es para ellos un código aún no enteramente digerido y osificado, tal como para nosotros nunca ha sido enteramente de fiar.
Puedes escribir sobre ellos, para que otros que hayan perdido la cadena de plata puedan reanudarse. O escribir para ellos, haciendo de HISTORIA y EMBLEMA un proceso de seducción hasta tus propios recuerdos paleolíticos, una tentación barbárica de libertad (el CAOS tal como CAOS lo entiende).
Para estas especies de otro mundo o “tercer sexo”, les enfants sauvages, la fantasía y la imaginación aún no están diferenciadas. JUEGO desbocado: a la una y misma vez la fuente de nuestro arte y del eros más raro de la estirpe.
Abrazar el desorden tanto como trampolín de estilo y como almacén voluptuoso, un fundamento de nuestra extraña civilización oculta, de nuestra estética conspiradora, de nuestro espionaje lunático - ésta es la acción (encarémoslo) ya de un artista de algún tipo, o de un niño de once o doce años -.
Esos niños traicionados por sus sentidos clarificados en un hechizo brillante de hermoso placer reflejan algo tiznado y feraz en la naturaleza de la propia realidad: anarquistas ontológicos natos, ángeles del CAOS; sus gestos y olores corporales retransmiten a su alrededor una jungla de presencia, un bosque de presciencia al completo con serpientes, armamento ninja, tortugas, chamanismo futurista, revoltijo increíble, meadas, fantasmas, sol, corridas, nidos y huevos de pájaro; agresión jubilosa contra los mayores de esos Planos Inferiores tan impotentes para englobar ni epifanías destructivas ni creación en la forma de travesuras tan frágiles pero tan afiladas como para rebanar un rayo de luna.
Y aún así los habitantes de estas dimensiones inferiores de poca monta creen sinceramente que controlan los destinos de los Niños Salvajes; y aquí abajo, tan crueles creencias de hecho esculpen la mayor parte de la substancia de los acontecimientos.
Los únicos que efectivamente desean compartir más que dictar el travieso destino de esos fugitivos salvajes o guerrillas menores, los únicos que pueden entender que amarse y desatarse son un mismo acto; ésos son sobre todo artistas, anarquistas, pervertidos, herejes, una banda aparte (tanto entre sí como del mundo) o sólo capaces de encontrarse como podrían hacerlo Niños Salvajes, intercambiando miradas a lo largo de la mesa en la cena mientras los adultos farfullan detrás de sus caretas.
Demasiado jóvenes para choppers Harley; cateadores, break dancers, poetas apenas adolescentes de llanos pueblos de tranvía perdido; un millón de chispas cayendo de los cohetes de Rimbaud y Mowgli; esbeltos terroristas cuyas estentóreas bombas se compactan con amor polimorfo y preciosos restos de la cultura popular; pistoleros punk soñando con ponerse pendiente, ciclistas animistas planeando en el anochecer de peltre a través de las calles de protección oficial de flores accidentales; bañistas gitanos fuera de temporada, sonrientes ladrones de tótems de poder, de monedas sueltas y cuchillos de hoja de pantera que miran de reojo - los intuimos por todas partes - publicamos esta oferta para cambiar la corrupción de nuestra propia lux et gaudium por su dulce y perfecta porquería.
Así que atiende: nuestra realización, nuestra liberación depende de la de ellos; no porque remedemos a la Familia, esa “usurera del amor” que nos tiene rehenes de un futuro banal, ni al Estado que nos escolariza para hundirnos bajo el horizonte de eventos de una plúmbea “utilidad” - no - sino porque nosotros y ellos, los salvajes, somos unos imágenes de los otros, estamos atados y delimitados por esa cadena de plata que define el margen de la sensualidad, de la transgresión y la visión.
Compartimos los mismos enemigos y nuestros medios de escape triunfal son también los mismos: un juego delirante y obsesivo, impulsado por la brillantez espectral de los lobos y los niños.