miércoles, 14 de noviembre de 2007



SALIR DE ESTA SOCIEDAD SIN DEJARLA EN PAZ

LO NECESARIO Y LO POSIBLE

“No sería del todo aberrante buscar hoy causas tecnológicas a lo trastornos del alma”.
Günther Anders, L’obsolescence de l’homme

La primera objección que se nos plantea cuando afirmamos nuestra voluntad de acabar con el capitalismo y el Estado, es la imposibilidad de dicha tarea. ¿Vivir fuera de la sociedad industrial? ¡Pero eso es imposible! Este sistema ha extendido su poder por todas partes: las infraestructuras tecnológicas recubren la casi totalidad del planeta y los valores vehiculados por el capitalismo moderno parecen integrados por la inmensa mayoría de la humanidad. Sería entonces inútil, se nos dice, tan sólo imaginar poder vivir de otra manera. Tales propuestas son mantenidas por cualquiera, con el tono de suficiencia que autoriza la propaganda publicitaria y estatista. Después de haber machacado durante años con lo de “que en Francia, el 75% de la electricidad es nuclear” (se entiende que todo el mundo se beneficia de ello y que, por tanto, nadie puede estar en contra), la EDF (Electricité de France) proclama ahora, en el marco de su campaña a favor de un “desarrollo sostenible” que “producir más energía es una necesidad” ¡Y con esto parece que basta! Nunca se nos dice por que eso es necesario. En consecuencia, no se cuestionará si esta situación debe perdurar, si las consecuencias desastrosas generadas por este sistema, largamente perceptibles para todo el mundo, deben ver sus causas suprimidas.

El argumento de la imposibilidad no es más que una prueba de la colonización de las mentes por la tecnología

En el transcurso de discusiones cotidianas con compañer@s de trabajo, de comidas familiares o de reuniones entre amig@s, vuelve este mismo argumento. Y si retorna, es siempre para atajar toda discusión.

Pero ¿qué demuestra tal un comportamiento? Simplemente que la cuestión de la posibilidad o de la imposibilidad de una cosa se juzga ahora desde un único punto de vista técnico. Como si la tecnología representara una especie de escala maestra para medir la debilidad de tal o cual proyecto. En definitiva. Para persuadirnos de que no podemos pasarnos sin la sociedad industrial ¡se nos dice que eso es técnicamente imposible!

Esta es sin duda la razón por la cual algunos de nosotros nos sentimos empujados a querer demostrar, a contrario, todas las posibilidades técnicas que permiten producir las cosas indispensables para nuestra supervivencia, todo ello “preservando nuestra salud y el equilibrio ecológico”. Al hacer esto, seguimos confinados dentro del debate técnico, lo que no puede sino complacer a nuestros enemigos.

Es necesario abandonar este falso debate en el cual corremos el peligro de atascarnos. Cuando alguien nos dice que no se puede salir de esta sociedad industrial, entiende ciertamente esta salida como un gigantesco desmantelamiento de las infraestructuras existentes. Nosotros entendemos mucho más que esto. Si demostrar la viabilidad técnica de nuestro proyecto social no es en definitiva sino secundario, es porque lo esencial reside en la crítica de los fundamentos de la sociedad actual.

Falsas necesidades y sentimiento de impotencia “Las fuerzas que ella (la economía autónoma) ha desencadenado suprimen la necesidad económica que ha sido la base inmutable de las sociedades antiguas. Cuando la reemplaza por la necesidad de un desarrollo económico infinito, ella no puede más que reemplazar la satisfacción de las primeras necesidades humanas sumariamente reconocidas por una fabricación ininterrumpida de necesidades falsas que se encaminan a la única falsa necesidad del mantenimiento de su reino”.
Guy Debord, La société du spectacle

La forma actual de la sociedad no es en absoluto necesaria (en el sentido de algo natural) independientemente de la voluntad humana. Dicho de otra manera, si esta sociedad es la que es, se debe al desarrollo histórico que la ha producido; es el resultado de la dominación de una parte de esta sociedad sobre el conjunto de ella misma. El argumento -debería decir mejor la justificación- sobre la imposibilidad de vivir de otra manera, no indica sino la extensión de esta dominación. La permanencia de esta sociedad se debe en gran manera a su capacidad técnica de represión. Pero es, también y sobre todo, permitida por la ilusión que produce en cuanto a su inalterabilidad. Este sistema mantiene el mito de su poder total. Aquellos que pretenden que no se puede hacer nada contra él confiesan más su sentimiento de impotencia y su pérdida de autonomía que la invulnerabilidad de dicho sistema.

A menudo, cuando hablamos de revolución con nuestros afines, surgen cuestiones angustiosas: ¿cómo haremos sin Estado? ¿sin jefes? ¿sin dinero? Las posibilidades de organización, diferentes de las que gobiernan nuestro día a día, parecen inquietantes, es decir, imposibles. Aquí vemos la marca de una creencia en la inmutabilidad de esta sociedad, el signo de un engaño inmenso sobre sus capacidades. Esta creencia se apoya sobre los hábitos de sumisión -conseguidos más eficazmente por la participación activa en este sistema que por la coacción y la fuerza. También sobre la esperanza mantenida sobre la perfectibilidad del sistema (mañana será mejor que hoy) y de la cual la medicina nos ofrece los más inquietantes ejemplos.

Para combatir esta verdadera religión de la economía y de su tecnología, podemos apoyarnos sobre sus resultados nefastos así como sobre sus promesas imposibles. Si el reino de la economía parece perdurar tan fácilmente, es porque pretende garantizar el confor. Pero ¿qué confor? ¡Aquí tenemos de nuevo un inmenso engaño! Se nos habla de confort cuando la vida de este planeta no se había vuelto jamás tan precaria. Podríamos enumerar todas las catástrofes pasadas, actuales o por venir. Esto se ha hecho ya numerosas veces sin gran resultado. A menudo, para perderse en los callejones de la falsa contestación dirigida por el poder y sus esbirros. El sentimiento de impotencia se traduce entonces necesariamente en una impotencia real. ¿Cómo salir de ella?

Afirmar nuestra concepción de la vida

No somos ni pesimistas ni optimistas. A pesar de las circunstancias desfavorables, seguimos defendiendo nuestra concepción de la vida y nuestros valores. Como ha escrito Jacques Philipponneau: “incluso aunque estos valores no vencieran nunca, debemos asegurar su perennidad durante nuestro tiempo aquí, pues es así como amamos vivir, así como transmitirlos a la posteridad, como otros lo hicieron antes que nosotros”.

Permanecer en una constante amargura no resolverá nada. Contemplar el desastre para caer finalmente en el pesimismo tampoco. Sería contradecirnos y renegar de nosotros.

Nosotros que rechazamos este mundo, no debemos renunciar a querer cambiarlo. Somos conscientes de que ninguna fuerza de contestación al capitalismo está en condiciones de producir un revés a este sistema. ¿Qué hacer de estas condiciones? ¿Podemos hacer algo desde el momento en que la inmensa mayoría de seres humanos parecen preferir -o al menos aceptar de más o menos buen grado- las condiciones de supervivencia dictadas por la tecno-ciencia y la industrialización a una verdadera libertad? No vamos a hablar en nombre de otr@s. Lo mejor que podríamos hacer es tratar de aplicar nuestra concepción de la vida y la libertad desde ahora. Podemos aplicarlas tanto en nuestra crítica permanente del mundo como en nuestras tentativas de organización. Creo que no se trata de criticar esperando ver lo que esta crítica producirá. Ni se trata de replegarnos sobre nosotros mismos en comunidades autárquicas, lo que acabaría en un deseo de huir ilusoriamente de un mundo que por los demás, deberíamos afrontar.

Nos rebelamos contra esta sociedad porque somos libres y queremos continuar siéndolo. La tecnología pretende siempre deshumanizar a los seres, reificarlos. En tanto que estemos en condiciones de oponernos a ella, de criticarla, probaremos que no solamente la dominación no ha alcanzado sus fines, sino que el “factor humano” permanece irreductible. Al hacer esto, echamos abajo el mito del poder omnímodo de la tecnología.

La cuestión que concierne a la emergencia posible de “comunidades” o de “retaguardias” está en el corazón de los debates que hoy mantienen los enemigos de la sociedad industrial. Algunos han creído que yo pensaba que la constitución de tales reagrupamientos (en el campo y nada más) era la única solución. Lejos de mí esta idea. Creo que, por lo pronto, los individuos decididos a vivir de otra manera pueden y deben federarse. Soy favorable a la idea de tejer redes que permitan la conservación y la creación de modos de vida, de técnicas, de experiencias, etc. de acuerdo a nuestra filosofía de la vida. Es decir, enfocadas a obtener la mayor autonomía posible, sin hacerse ilusiones sobre la realidad de nuestras capacidades. Es importante intentar hacerlo sin la sociedad industrial. Pero esto no es fácil. Una salida de esta sociedad -en el sentido pleno del término- significaría una revolución total y radical. Es entonces importante hacerlo contra esta sociedad. En definitiva, la constitución de retaguardias es necesaria, pero no creo que sea suficiente. Se pueden hacer otras cosas. Ya he dicho que para mí estaba fuera de propósito hacer una separación entre l@s que actúan y l@s que “no hacen”, ni entre aquell@s que intentan vivir de otra manera desde ahora y aquell@s que siguen “integrad@s” (la expresión no es afortunada, pero no sé cómo explicarme) y sobrevivir del trabajo asalariado o de ingresos diversos. Conviene, sin embargo, insistir sobre lo evidente: cuanto más integrad@s estamos más difícil nos es liberarnos de esta sociedad. Saber crear por sí mism@s las bases materiales de la autonomía -siendo conscientes de que esto sigue siendo relativo, vistas las condiciones dominantes- no es una cuestión a desdeñar. Sea cual sea el punto de vista sobre esta cuestión, conviene reunirnos de forma permanente, debatir, y reflexionar sobre nuestros medios de acción directa contra esta sociedad. Es necesario tejer entre nosotros, más allá de las diferencias y las fronteras, lazos de apoyo mutuo y de solidaridad, que nos permitan resistir pero también, en la medida de lo posible, pasar a la ofensiva.

Tales tentativas tendrán sentido en la medida que en den testimonio de una ruptura con el capitalismo, de un rechazo radical, de una descalificación de sus valores y principios. Al mismo tiempo tales tentativas serán la manifestación de una voluntad de crear condiciones de vida que permitan la expresión de la libertad humana. Nuestra crítica, tanto en palabras como en actos, debe ser la afirmación de nuestros valores. Ponemos siempre por delante la experiencia frente a cualquier ideología. Actuando así, intentaremos restablecer la verdadera relación dialéctica entre las necesidades reales de la vida y la libertad, la relación entre la naturaleza (que no se trata evidentemente de idealizar ni de divinizar) y la humanidad. Esta sociedad no tiene nada de necesaria en sí misma. No solamente es posible salir de ella sino también necesario, si queremos seguir siendo libres e intentar escapar al desastre que lleva dentro de sí. La única esperanza está en la capacidad y la voluntad de los dominados para apropiarse de todo ello.

L.A.L.