Para la industria de los mass media (ya sean comerciales o de «servicio público»), esta atención concedida es una mercancía valiosa y la audiencia, un requisito económico. […]
La televisión parece ofrecer un retrato coherente de lo que existe, de lo que es importante, de cómo se relacionan las cosas y de lo que es correcto en cualquier momento del tiempo (dentro del imponente despliegue de la incoherencia programada de una noche cualquiera). Proyecta una visión del mundo que es consistente sólo dentro de sus estrechos confines –parece tener sentido– siempre sin los «peros» y las síntesis de las contradicciones que tan útiles son en la comunicación personal […]
La conformidad se obtiene en el acto de sentarse y encender el aparato […] La televisión moldea la percepción a fin de que aceptemos nuestro papel en el orden existente, bien porque no veamos una alternativa vital más allá de esta vida de mierda, o bien porque nos hayamos acostumbrado a percibirlo como algo natural, inalterable, e incluso beneficioso. (…)
La televisión no es el marco más propicio para el desarrollo de las ideas y de la imaginación. La producción televisiva consiste en fabricar y distribuir bienes simbólicos en función de una parrilla precisa de programas. Sus contenidos y formatos reflejan la realidad como se ve desde la estructura industrial de los propios medios. Sobre todo para esta industria, el tiempo es oro, lo que hace que algunas elecciones de selección de información e imagen sean más fáciles y otras más difíciles. […]
Una 'jerarquía de la credibilidad'
La presunta objetividad de la televisión necesita cultivar fraseólogos expertos en la medida en que lo que no es más que una mera opinión se torna más creíble si puede encontrarse a un personaje con alguna acreditación oficial. Una «jerarquía de la credibilidad» funciona de modo que las personas de elevada categoría social verán que sus ideas son aceptadas porque se supone que tienen acceso a una visión más amplia de la que carece la mayoría. En una sociedad basada en la especialización, en que parece imposible aprehender la totalidad, una estructura de información dirigida al consumo de masas tiene un enfoque elitista centrado en los que saben y son conocidos por ser conocidos. […] El hecho de que estas personas gozan de mayor crédito sólo por ser quienes son, lo demuestra la declaración que en su día hizo el gobierno inglés respaldando el veto [de la BBC] al Sinn Fein: «Los que hacen apología del terrorismo reciben una falsa respetabilidad si los informativos los tratan como si fueran políticos constitucionalistas». […]
La tecnología televisiva sólo es conveniente para un tipo concreto de comunicación; alcanza su máxima eficacia cuando transmite mensajes lineales, simplificados. Es especialmente buena para anunciar (es nuevo, cómpralo; o: es un héroe, confía en él y compra su estilo de vida con nuestro producto), pero para poca cosa más. Créase o no, todas las experiencias vitales no pueden transmitirse electrónicamente. […]
El contenido de un programa siempre está subordinado a la presentación. […] Las limitaciones del medio exigen que las imágenes y los asuntos abordados se presenten con dramatismo, distintos y sobre todo entretenidos, porque ver la tele es fundamentalmente una actividad estática. Lo que nos impide tirarla por la ventana no es otra cosa que el señuelo técnico de la sucesión rápida de imágenes, fundidos y collages de imágenes atropelladas. La presentación de cosas exóticas de otro mundo y de una realidad superior que la vida, pugna constantemente por salir de la autoperpetuadora espiral televisiva. La televisión es una licuadora casera y homogeneizadora de todo […] Gran parte de los productos son autorreferenciales, pues hablan de otros programas y acontecimientos que sólo han existido en la tele; los espectadores esporádicos de televisión suelen encontrarla absolutamente ininteligible.
[…] El tiempo en el mundo televisivo es algo peculiar; no transcurre como la vida, ni se detiene como ella. El presente sólo es el momento en que se le retiene a uno para que vea lo que viene después. El futuro sólo cuenta como continuación, y el pasado no cuenta para nada; la urgencia está en lo instantáneo y, por tanto, en lo recambiado de inmediato. […]
El experimento de Mulholland
Recibimos en nuestros salones las ultimísimas novedades a diario, ahora, en este mismo minuto, mientras el espacio informativo se consume ante nuestros ojos. Las imágenes se ven reemplazadas nada más aparecer en un vacío, sin conexión con el pasado o el futuro: un presente ilusorio. Con la inmediatez, la fragmentación de la realidad está garantizada. […]
La información se difunde en tales cantidades y a tal velocidad que la confirmación se vuelve imposible. La visión del mundo impuesta por la televisión comprime mil y un fragmentos en que todo es igual: lo que cuenta es la primacía de la televisión, que seguirá funcionando aunque la apagues. Es un instrumento caleidoscópico que se asegura de que nadie aprenda demasiado.
Gracias a las técnicas de compartimentación y de discontinuidad, las noticias llegan de ningún lugar y desaparecen enseguida para siempre. Una vez que un reportaje ha servido para su función primordial de entretenimiento, los programadores ponen algo distinto. Está agotado desde el mismo momento de su emisión; incluso si lo vemos en un vídeo, ya no es «actual»2. Si se tratara de un producto material, habría que deshacerse de él. ¿En qué estado le deja esto al telespectador? ¿Las informaciones entran por un oído y salen por el otro? Pues bien, sí y no. Se hizo un estudio en San Francisco para saber cuánta gente recuerda lo que ha visto en la televisión. Se llamó por teléfono a dos mil personas justo después del informativo de la tarde; les pidieron que enumerasen las informaciones que pudieran recordar. Más de la mitad de los que habían visto el informativo eran incapaces de señalar una sola.
El «experimento de Mulholland», realizado a principios de los años setenta, consistió en conectar diez adolescentes a otros tantos encefalógrafos (que miden la actividad de las ondas cerebrales) y sentarles delante de sus programas favoritos que ellos mismos habían escogido. El experimento esperaba ver aparecer un flujo de ondas beta, ondas rápidas que señalan una respuesta activa por parte de los adolescentes (como sucede durante una lectura o una conversación); en su lugar, los aparatos sólo registraron ondas alfa, más lentas, que suelen aparecer cuando una persona está en coma o en trance, sin interacción con el mundo exterior.
Por otro lado, parece ser que los estereotipos presentados para el consumo y las imágenes de éxito y fracaso son interiorizados. El 27 de febrero de 1986, 14,4 millones de personas vieron en la serie East Enders cómo Angie intentaba suicidarse después dedescubrir que su marido había vuelto a ponerle los cuernos. En el Hackney Hospital de Londres Este la cifra total de casos de envenenamiento deliberado reconocido durante la semana siguiente aumentó en un 300%. Más tarde, Angie y Den intentaron rehacer su relación yendo a un asesor matrimonial; el Consejo de Asesoría Matrimonial registró un aumento del 50% en el número de clientes necesitados de sus servicios. En estos casos, ¿aumenta la fuerza emocional de la acción mediante la personalización y la familiaridad? ¿Tendría el mismo efecto la retransmisión televisada de revueltas? Puede parecer que, hasta cierto punto, sí, pues la retransmisión de revueltas se ha visto sometida a censura para impedir la aparición de «disturbios por imitación». Que la televisión, como sugiere la derechona más torpe, pueda crear un cultura del disturbio, es más que dudoso. […] Es más probable, sin embargo, que nos quedemos en casa con la esperanza de que podamos verlo todo, con repetición de las mejores tomas, en la tele. Con un poco de suerte, la revolución se televisará.
[…] La televisión impone constantemente imágenes que, en su inmediatez y su carácter directo, impiden el pensamiento conceptual. Inhibe el pensamiento induciéndonos a vivir mentalmente en un mundo de definiciones arbitrarias y fragmentarias y ecuaciones automáticas e ideológicas. Al alentarnos a aceptar ideas preconcebidas, fomenta en sus espectadores una pasividad mental manifiesta en una actividad puramente emocional (como el impulso de compra). Desde luego que podemos tomar nuestros deseos por realidad; pero asegúrate de que son tuyos. ¿Puede enseñarnos la televisión a ser radicales? Aunque podamos sufrir de ilusiones de masas, no hay fórmulas de desilusión de masas; todos los esfuerzos en este sentido no hacen más que embellecer nuestras ilusiones. […]
La televisión llena el aislamiento con las imágenes dominantes, cuyo poder deriva precisamente del aislamiento. Mientras menguan nuestras posibilidades de relacionarnos personalmente, aumenta a cambio nuestra dependencia de la televisión para dar sentido a nuestra existencia. […] Devoramos todos los medios a la espera de dar con una pista, alguna huella de significado en nuestras vidas y en nuestra experiencia cautiva. ¿Qué conseguimos? Una comunidad compartida que está siempre en otro lugar, sucedáneo de las vidas que hemos dejado de vivir. La televisión nos «une» en unidades familiares individuales para ver lo que «todo el mundo» cree, con el disfraz de «darnos lo que queremos». Enganchados por cada mentira y cada teleserie, nos educamos con historietas sobre la vida en otros entornos suburbanos […]
Continuara.