jueves, 27 de diciembre de 2007




La Seguridad Social y los que mandan

Con la reciente aprobación de una ley que modifica algunos puntos del régimen de la Seguridad Social y con la espectacular reforma a la que se la quiere someter en nuestra vecina Francia, ha vuelto a la palestra de la actualidad el escenario futuro del régimen público de solidaridad de nuestra sociedad.

Con la reciente aprobación de una ley que modifica algunos puntos del régimen de la Seguridad Social y con la espectacular reforma a la que se la quiere someter en nuestra vecina Francia, ha vuelto a la palestra de la actualidad el escenario futuro del régimen público de solidaridad de nuestra sociedad. Se discute sobre su sostenibilidad y sobre la arquitectura que debería estructurarla en el futuro. ¿Pero qué dicen los responsables de la misma de cuáles serán sus transformaciones necesarias para adaptarse a la ortodoxia neoliberal?, eso pretendemos desentrañar en este escrito al hilo de la intervención de un afamado directivo comunitario sobre el tema.

En primer lugar, hemos de indicar que estamos hablando de la Unión Europea, dada la importancia de dicha organización supranacional en la determinación de las políticas públicas de los países miembros. Y para hacerlo, nada mejor que diseccionar brevemente el artículo “Los objetivos comunes en materia de protección social de la UE: modernización y reforma de los sistemas de pensiones”, aparecido en un reciente Número Extra dedicado a la Seguridad Social de la Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y rubricado por Georg Fischer, de la Dirección General de Empleo, Política Social e Igualdad de Oportunidades de la Comisión Europea.

Su punto de partida es, en todo caso, meridianamente claro: “creo que podemos decir que hoy nadie que esté implicado en la elaboración de políticas o en el debate político, puede sostener que no necesitamos reformar nuestro sistema de pensiones”. Así pues, la reforma del sistema de Seguridad Social debe ser vista como una necesidad indiscutible, no sometida a debate alguno. Los directivos ya se han puesto de acuerdo: la reforma ha de producirse en la dirección neoliberal implementada y nada debe detenerla. Para ilustrarnos entorno a esta necesidad indubitable de la reforma (no será tan indubitable cuando aún deben ilustrarnos entorno de la misma). Fischer maneja el cuadro que indica la relación entre las personas con más de 60 años de edad, y las comprendidas entre 20 y 59, en el buen entendimiento de que la edad media a la que se jubilan de hecho los europeos ronda los 60 años. Esta relación, calificada como “relación de dependencia” es proyectada a los años 2025 y 2050, para demostrarnos someramente (y según supuestos datos que aún es imposible obtener) como la actual relación de no puede ser sostenida. Y el ejercicio termina con una operación ciertamente inquietante: la directa indicación de que dicha “relación de dependencia” sí se mantiene si elevamos la edad de jubilación a los 70 años. Fischer es claro: “Espero que no me malinterpreten (…) No pretendo recomendar que se eleve la edad de jubilación a niveles específicos, pero esto sirve para mostrarnos el camino que hemos de seguir”.

“¿Y qué sucedería si no nos enfrentamos a estos retos?”, clama Fischer, “los sistemas sufrirán enormes dificultades financieras (…) por lo que habrá que financiar con fondos públicos la falta de recursos”. Este es quizás el punto central no expresado de la exposición: en esta tesitura en la que se tiende directamente a bonificar los pagos del empresariado a la Seguridad Social y a hacer que la misma la sostengan únicamente los trabajadores, el hecho de que se puedan usar fondos públicos ajenos a la Caja del sistema para financiarlo aparece como una herejía difícilmente digerible para los discípulos del Capital. Sin embargo, ¿qué puede ser más natural que los fondos públicos se destinen a la solidaridad social y no a subvencionar el beneficio privado o a interminables agresiones imperialistas contra la Periferia como de hecho está ocurriendo?. Por supuesto, para Fischer y para los demás directivos implicados, la financiación pública de las necesidades sociales es simplemente impensable.

Pero permitamos a Fischer indicar cuáles son sus recetas, las que se han venido poniendo en marcha para sostener el sistema de Seguridad Social. Las reformas, en definitiva, que se defienden:

“En primer lugar (…) incentivar la permanencia del trabajador en el mercado laboral durante un mayor número de años” (no queremos malinterpretar al señor Fischer pero, ¿quizás hasta los 70?).

“En segundo lugar”, no limitarse a considerar los últimos años “cuando se toman las decisiones sobre la jubilación, sino toda la vida laboral”. Así pues, tender, en definitiva, a que la base reguladora de la jubilación abarque la totalidad de la vida activa del trabajador lo que, combinado con el horizonte de la precariedad y sub-cotización a que han sido sometidas las generaciones más jóvenes, sin duda producirá en el futuro un claro alivio financiero al sistema.

“Por último (…)El Estado debe potenciar el ahorro vinculado a las pensiones privadas” porque “necesitamos más responsabilidad individual”. O sea, necesitamos potenciar que cada palo aguante su vela con el siniestro agravante de que nadie sabe, en el contexto actual de volatilidad financiera y sobreabundancia de productos dudosos en bolsa, hasta qué nivel los fondos de pensiones privados son o pueden ser sostenibles a largo plazo. Pero lo cierto es que nadie sabe tampoco hasta que punto podemos pagar una pensión privada en el contexto de la precariedad laboral. Fischer, una vez más, lo dice claramente “¿podrán hacer frente las personas de menores rentas a un aumento del 5 % en el ahorro privado?. Y francamente, la respuesta es, “No lo sabemos””. Simplemente no lo saben, pero empujan a ese salto a lo desconocido porque es indudable que sólo él puede producir una desposesión en masa que siga echando leña a la caldera de un Capital ya exhausto. Así, se defienden reformas que, como la del Reino Unido establecen la obligatoriedad del ahorro privado aún sin hacerlo abiertamente, ya que dicha reforma “sin duda, es una forma elegante de evitar decir que algo es obligatorio”.

Pero, para terminar, preguntémonos con Fischer algo interesante: “¿Hay un fin en el proceso de reforma?, ¿Qué podemos aprender de la historia del proceso de reforma de las pensiones?” La respuesta es clara: el proceso no tendrá fin mientras existan espacios públicos por privatizar, un Estado del Bienestar que desmontar para ponerlo en manos privadas. Así como la única idea para fomentar el empleo que el neoliberalismo permite es la flexibilización de la relación laboral y la exención a los empresarios de todo gasto en Seguridad Social, lo que ahora necesitan es hacer negocio con nuestros ahorros y expectativas de futuro, privatizando el sistema y dejando la Seguridad Social pública sólo para unas prestaciones mínimas y exiguas. ¿Qué podemos aprender de éste proceso?, que el abandono de la lucha por las clases trabajadoras tiene resultados indubitables en la relación de fuerzas entre Trabajo y Capital. Resultados, esperemos, reversibles por las luchas futuras.

José Luis Carretero